Después de
esas palabras tortuosas, de esos encuentros momentáneos y breves de acuerdos
parciales en la conversación.
Después de admitir lo que nos pasa, después de
mirar para adentro asustados, después de pasar por todas las posibilidades,
después de entender que no debía ser así, después de poner las cartas sobre la
mesa, después de tener la seguridad de que no íbamos a resolver nada…
En esto de que
no te conozco… pero te siento.
Entendé que
con cada palabra tuya, te fuiste abriendo paso en mi.
Que con cada historia,
con cada situación, creaste un puente, un umbral, un lazo conmigo.
El mismo que
se hizo más fuerte al besarnos, al tocarnos, al sentirnos.
Y yo traté
de silenciarlo, de apagarlo, de romperlo. De complacerme simplemente. Y no dejo
de descubrir (sonriendo) que el modo en que te disfruto es tan absoluto, tan
necesario, tan primitivo incluso…
Bañada en
este hambre de vos, nos encontramos enredados y revolcándonos rabiosa y deliciosamente.
Embriagada de sensaciones, cierro los ojos y hecho mi cabeza hacia atrás por un
momento y cuando al volver abro los ojos, y me encuentro con los tuyos, con una
sonrisa, mientras estas dentro mío… me
embobo. Porque me doy cuenta que es maravilloso. Porque quiero eso. Y no tenía
idea.
Y te dejo
hacer, porque así es mi entrega… total.
Escribo
como si me faltara el aire, con vorágine y vértigo.
No me
importa ya, lo que diga tu cabeza. O la mía. Porque saber que en algún punto tu
corazón dice lo mismo... me regala algo de paz.
Ya no corras, por
favor.
Por Sabrina Cintora Vaschetto.
Por Sabrina Cintora Vaschetto.